Otra vez a lidiar con el lumpenaje obsceno. Y claro que el solo hecho de mencionarlo le da entidad, pero los motivos de su existencia siguen resultando objeto de estudio o, cuanto menos, una gran curiosidad sociológica. Nuevamente, un puñado de inmorales, repartiendo mierda a micrófono abierto. Y el problema no es que marchen, reclamen o se manifiesten. No es que ocupen las calles. Ni siquiera es que acudan a figuras gastadas para convocarse. El problema es que, cuando lo hacen, pretendan adueñarse de ciertos términos y todo lo que ellos implican. Que se apoderen de eufemismos que, en teoría, deberían incluirnos. Que reivindiquen la democracia, siempre y cuando resulte funcional a sus intereses. Que proclamen república como sinónimo de un Estado exclusivo, escaso de equidad y de justicia social. Que no sepan ni explicar ni de qué carajos se quejan, porque vociferan que son Nisman y son el campo y son Vicentín y son los jueces y son los defensores de las dos vidas y son los terraplanistas y son los anti-vacunas y de tanto querer ser, no terminan siendo nada. El problema es que "la gente" con que se autodenominan, deje a montones afuera. Que el enojo se les encienda o apague a control remoto. Y que, encima, mientras pasaron años demonizando todo intento de movilización popular, se les ocurra convalidarlas ahora, justo cuando la muerte acecha en todos los rincones. Ojalá hubieran entendido de verdad lo que implica poner el cuerpo para parir derechos. Ojalá supieran a ultranza el sentido de convertir la calle en territorio de lucha o en fiesta. Ojalá sigan ahí para ver lo que significa desbordarlas de reclamo o de euforia. Ojalá se les quede por días el olor a choripán impregnado en el cuerpo y una murga en el alma. Ojalá sientan por un segundo la desesperación de meter las patas en alguna fuente porque una tonelada de historia les queme la conciencia. Ojalá estén todavía afuera cuando empiece a amanecernos y podamos salir a vomitar hasta el último centímetro de esta tristeza que, ¡mierda si hemos aprendido a exorcizar tras años de resistencia!. Y suenen los Redondos y nos escuchen cantar a los gritos. Y se pierdan en una marea de rostros llenos de lágrimas que se vuelven espejo. Y nos vean abrazarnos con diez, con cien, con miles que aunque no conozcamos, sabemos tan nuestros. Ojalá. Quizás ese día se nos parezcan un tantito. Por ahora, incluso cuando entonen el himno y se pretendan pueblo, no son más que esto. Una pequeña horda de lúmpenes, escupiendo mierda a micrófono abierto, mientras el mundo huele a muerte y la policía pone su energía en reprimir a un mantero o matarnos a un pibe que rompe la cuarentena.
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